Según la Agencia de Noticias Ahlul Bait (ABNA), Gaza, la tierra que alguna vez fue símbolo de resistencia, se ha convertido ahora en un escenario de sufrimiento y muerte. Según informes recientes, más de 59.000 palestinos han perdido la vida desde el inicio de la guerra actual, y solo en los últimos cinco días, más de 550 personas han muerto en ataques del ejército israelí. Estas cifras, reportadas por el Ministerio de Salud de Gaza, reflejan solo una fracción de la magnitud de la catástrofe que envuelve a esta región.
Los habitantes de Gaza, desesperados por un mendrugo de pan, se agolpan en los centros de distribución de ayuda alimentaria, pero estos esfuerzos desesperados suelen ser recibidos con una violencia letal. El domingo, cerca del paso fronterizo de Zikim, las fuerzas israelíes abrieron fuego contra una multitud que aguardaba la llegada de ayuda alimentaria del Programa Mundial de Alimentos, dejando al menos 67 muertos, la mayoría en el norte de Gaza. El hospital Al-Shifa, colapsado por la afluencia de heridos y la falta de recursos, es testigo de escenas desgarradoras: cuerpos de niños y jóvenes cubiertos con sábanas blancas, esperando ser identificados por sus seres queridos.
En Jan Yunis, la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés), respaldada por Estados Unidos e Israel, lejos de distribuir ayuda de manera equitativa, se ha convertido en un factor que agrava la crisis. Según reportes, en un reciente incidente en uno de sus centros de distribución, el uso de gases lacrimógenos y aerosoles de pimienta contra la población hambrienta provocó la muerte de 21 personas por asfixia y estampidas. Estas «trampas mortales», como las denomina el Ministerio de Salud de Gaza, han añadido una nueva dimensión a la tragedia.
El asedio total impuesto sobre Gaza desde el 2 de marzo ha convertido el hambre en un arma silenciosa pero mortal. Informes de la ONU indican que un tercio de la población de Gaza lleva días sin encontrar comida. Los palestinos se ven obligados a rebuscar entre la basura o a arriesgar sus vidas bajo balas y gases para conseguir un pedazo de pan. «La gente se desploma en las calles por el hambre», expresó con lágrimas en los ojos Anas al-Sharif, periodista de Al Jazeera, durante una transmisión en vivo frente al hospital Al-Shifa, palabras que desgarran el corazón de cualquier ser humano.
Por otro lado, los palestinos del campo de Yarmouk en Damasco, que en su día fue un refugio para los refugiados palestinos, también hablan de un sufrimiento doble. Marcados aún por las heridas de la guerra civil siria, consideran a Palestina su «primer hogar» y expresan con profundo anhelo el deseo de regresar a su tierra natal. Abdul Rahman Atrash, un adolescente de 15 años de Yarmouk, proclama con orgullo: «Soy palestino» y sueña con ver Jerusalén algún día.
Israel, con la continuación de sus ataques aéreos y terrestres y la emisión de órdenes de evacuación forzosa, ha fragmentado Gaza, declarando más del 86% de su territorio como «zona roja». Al mismo tiempo, los recientes ataques en Damasco, realizados bajo el pretexto de proteger a la minoría drusa, forman parte de una estrategia israelí de larga data para sembrar la división en la región. Esta «doctrina de dominación», con raíces en décadas pasadas, no solo apunta a Palestina, sino a toda la región, buscando consolidar su hegemonía mediante la fragmentación y el debilitamiento de los países árabes.
Sin embargo, en medio de esta oscuridad, la voz de la resistencia palestina sigue resonando con fuerza. Aquellos que resisten bajo la lluvia de bombas y el azote del hambre luchan no solo por su supervivencia, sino por su identidad y su causa. No obstante, una pregunta permanece sin respuesta: ¿por qué el mundo guarda silencio ante esta tragedia?
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